domingo, 27 de diciembre de 2009



Pura miel caramelizada se deshacía en tu boca mientras que, ensimismada, fabricabas las nubes que en julio empaparían las tierras ásperas del Sur. Removías tres cacerolas arrítmicamente, esparciendo en ellos condimentos y brebajes con olor a azufre, susurrando palabras en lenguaje ilírico, ignorando el frío en tus pies descalzos manchados de fango.

Nubes hermanas que combatirían como gladiadoras en las alturas desgarrando el cielo, nubes que chillarían irracionalmente por sus heridas de guerra despertando a todos aquellos de los que te ocultabas, nubes dadas a la vida por ti lanzando rayos asesinos sobre aquello que te traía recuerdos a la mente.


Visitaste curanderos esotéricos para que te alteraran el Hipocampo, para que modificaran o borraran tus memorias allí almacenadas, aunque fueran recuerdos inventados no vividos, pretendías que te agujerearan el cráneo y que te arrancaran el lugar exacto donde se localizan los ya repetidos y gastados recuerdos… En lugar de eso te dedicaste a fabricar nubes y a hincharlas con tu pena.


Te vi hacer las maletas, recoger tus cosas en silencio esperando ilusamente que alguien te impidiera la escapada de tu hogar, con tristeza vaciaste los armarios y solo dejaste un libro de poemas que guardo entre bolas de alcanfor para que los insectos no lo destrocen. Años después de la deliberada huida aun no sabías que yo te seguía. A veces te camuflabas demasiado bien, detrás de lentejuelas, tacones, vasos con hielos, faldas cortas y cigarros, pero siempre tú, reconocible aun con máscara veneciana en el rostro, bonita como ninguna otra podía serlo.

Tiempo. Los estigmas grasientos que te marcaron la cara se evaporaron. Distancia. Comprendiste que el fabricar nubes mientras miel caramelizada se derretía en tu boca no iba a borrarte los recuerdos, sino que te ayudaría a coexistir con ellos. Y yo no pude soportar ver cómo te rehiciste sin dejar de ser tú.

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