miércoles, 12 de mayo de 2010


Coronel Gerineldo Márquez:

Porque para mí el mar rojo era un mar de cerezas, el mar negro un mar de ciruelas púrpuras, y el resto de océanos no se componía sino de toneladas de mangos, guayabas, nísperos, cocos, albaricoques y sandías. En el barco de vela en el que navegaba sobre olas de frutas, acariciaba el cielo compuesto por jirones de tela, a veces me enganchaba y trepaba por ellos, recreándome en la explosión de color y aroma que se desplegaba bajo mis pies desnudos.

Haga el favor de recordar aquella noche de calor fangoso en esa aldea del Sur del mundo, cuando musité que tenía pruebas irrefutables para creer que en el interior de los volcanes vivían cautivos dragones más vetustos que el tiempo. Pues bien, Coronel, los vi y los amé, les alivié las magulladuras que tenían en sus cuellos como consecuencia de las cadenas eternas que les ataban a la tierra. Eran criaturas fascinantes, profundamente sabias, pero arrastraban el sufrimiento de familias enteras ya sin descendencia. Cuando un volcán entra en erupción, el fuego que se derrama sobre los pueblos procede de ellos y de sus hondos lamentos que no siempre son capaces de controlar.

Querido amigo mío, usted hizo que viera las casas de cemento deslustrado entre las que vivía, allí el mar quedaba demasiado lejos como para sospecharlo siquiera. En su habitación, donde los tabiques estaban abarrotados de relojes y anotaciones con faenas pendientes, arruinó con miradas de aborrecimiento mis mitos acerca del amor (y otros demonios). Usted, Coronel, consiguió que olvidara el sabor del tomate con sal e implantó en mi cerebro la melodía más desesperante de la historia, me hizo ver, al fin y al cabo, una vida sin más aroma que el proporcionado por sopas frías de sobre, sin más vistas que pavimento ardiente. Cuánto asco había en sus palabras, hoy seré en su Memoria, Coronel, un recuerdo insípido y secundario, si es que sabe el significado de la palabra Memoria; se que mis palabras no romperán ninguna conciencia equivocada, menos la suya.

Gerineldo pasarán los años y para mi seguirán siendo las ramas de los árboles sierpes mansas, seguiré viendo arenques caminar, vestidos con frac y sombreros de copa por suburbios mientras que trafican con cocaína. Pasará la vida entera y los dos estaremos más que muertos, aunque como siempre, no habrá lugar para el odio, para el rencor o el resentimiento. Pero no habrá perdón. Respeto profundamente mi Memoria, bendigo mis Recuerdos más reales, los más dolorosos, crueles y asesinos debidos a usted, ellos hacen que sin perder contacto con la realidad, vea la vida pintada siguiendo la estética del muralismo mexicano.

Y si se tienen que levantar las fosas de media España, que lo hagan, que recuerde España entera febrilmente, que no olvide, que los españoles miren con temor y resignación la Historia, que pasado y futuro anden de la mano. Al final, Coronel, España y yo no somos tan distintas como así lo creía. Pobre Patria mía, rota, sola, traicionada, abandonada, olvidada, acuchillada, desolada, ella como yo anda en listas de segunda clase, qué decepción, cuánta vergüenza, cuantísima vergüenza.

Coronel, algo ha cambiado para siempre, incluso ahora, cuando el olvido ya estaba conseguido la historia se reinventa, y todas las nubes que hice, todos los muros guardados por centinelas que salté, ¿todas las danzas fúnebres que bailé?, fueron en honor a una historia en la que no brillaba la veracidad.

Pinto puertas cerradas, me tapo la carita, no quiero ver este horror.

Aureliana Daza Buendía