lunes, 15 de febrero de 2010


Finalmente dividieron la ciudad en dos pedazos, apartaron familias, amigos, arrancaron de cuajo la identidad e integridad de una comunidad ya avasallada en siglos precedentes y pretendieron aniquilar vínculos sociológicos. Vergüenza, dos fuerzas fluctuando a orillas de un surco tóxico que separaba a personas que se añorarían durante un tercio de siglo.

Y fuiste elegida humana del año por saltar el muro y haber huido de un lado a otro a plena luz del día sin ser asesinada por los guardias de seguridad que vigilaban la trinchera fría. Te recibieron con abrazos y dulces, con derechos y beneficios, con libros de historia y política moderna. Humana del año qué dejabas atrás… no tuvimos otra opción que la de quemarte sin pausa en el olvido durante las imperturbables noches de invierno juntando cuerpos y espantando tus sonrisas grises a escobazos.

Y se borraron de tus fotografías las bufandas que llevaste aquel invierno, los gorros de lana, la mochila de cuero y los cigarrillos a medio acabar. Las alarmas dejaron de crispar los ánimos, llegó la calma devastadora, el silencio merecido. Todos acordamos tu muerte fingida como el mejor final.


Cayó el muro.


Y la humana del año de hace muchos años estaba en primera línea para buscar a todos los que había dejado atrás, con el flequillo despeinado, con un martillo en la mano, golpeando una y otra vez la pared para borrar la vergüenza de una generación, buscándome entre todas las caras desconocidas, irreconocible, delgada como nunca, triste como siempre.

Y después de que cayera el muro, después de que te vistieras con las mismas prendas que llevaste aquel invierno, después de que te eligieran humana del siglo, al ver en nuestras miradas el pasmo y la incomprensión entendiste que eras para nosotros un fantasma.

Un recuerdo olvidado hace ya demasiado tiempo.