sábado, 17 de octubre de 2009

Apilaste tus cofres polvorientos y avisaste a todos con gritos de despedida que tornarías en un par de ferias con nuevas melancolías que añorar durante otras tantas cosechas. Desenganchaste las cuerdas que sujetaban tu globo aerostático a la tierra y te sumiste en el éxodo de siempre, volando dentro del viento, ágil entre las corrientes de aire propicias para llegar más lejos del fin del mundo.

Reclinada en la barquilla mirabas distraída el astrolabio para concretar la latitud y puntearla en el mapa chamuscado por los márgenes a causa de los quemadores del trasporte en el que fluías. Pero no necesitabas altímetros, ni vatímetros, ni brújulas, sabías a donde ibas. Con la mirada negra de tus ojos, que tenían más luz que la luz blanca, alumbrabas el camino hacia donde se te antojara llegar.

Pero aquella vez regresaste extraña, furibunda, delirante, excepcionalmente serena. Envejecida, con un par de dientes menos arrancados por el escorbuto, borraste de la memoria la risa rabisalsera para siempre. Desperdiciaste la genialidad de enclaustrarte a bailotear durante horas en cualquier desván para olvidar el dolor. El globo instalado en el jardín del alcázar en el que vivías quedó velado con la maleza rosa que nacía de los cármenes. Y el pianoforte que tenía impreso tus huellas dactilares te esperó años enteros.

Me dijiste que apreciabas el orbe gravitar bajo tus pies, que escuchabas las estrellas titilar y que podías entender lo que yo no lograba expresar porque habías asimilado el don de la interpretación del inconsciente. Y la noche que lanzaste tú corona roja más lejos de la Galaxia de Andrómeda hiciste temblar el suelo de tal forma que lograste separar bajo tus pies un continente igual de viejo que la muerte. Deseaste caer en la agresiva grieta que habías provocado para congelar de una vez el fuego inmortal que pernoctaba en el centro de la tierra y que abrasaba todos nuestros espíritus.

(No te inquietes. Todos sabían que estabas infectada por el miedo que producía el haber arrancado el contenido de la conciencia colectiva, la cual iba trenzando una senda perfecta hacia una nueva gran guerra que induciría al asesinato de las palabras emanadas de la memoria universal. Sabías que en breves escucharías desde tu catre los roncos tambores de la batalla, las bombas apaleando los puentes, las balas explotando hígados de niños verdugos.

Se aproximaba un autentico fracaso humano que tatuaría odio en sucesivas generaciones. Todos estábamos al tanto de ello. Pero nunca debiste dejar de sonreír, aunque así se vieran tus encías desdentadas, jamás debiste haber renunciado a la música que fabricabas con tus dedos, y no se te perdonará en la vida que no volvieras a irte volando en el globo aerostático para recuperar el valor que en otros viajes habías acopiado
)