sábado, 25 de julio de 2009


Ya está de vuelta la serpiente, completamente erguida, sonriendo. Se ha sentado en el banco de siempre a leer la prensa rosa y pasa las hojas con la lengua (viperina). En la cola del supermercado vi tirando de un carro lleno de gelatinas verdes a aquel caballo tan simpático que vivía en el cuarto piso el año pasado. Me entretuve un poco más porque me senté en la placita con el perro y el gato… siempre dijimos que iban a acabar compartiendo colchón, ¿te acuerdas?

No. No puedes acordarte porque no me estás escuchando. Es absurdo que te hable, no estás. Antes de ayer hiciste precariamente tu maleta y sin volver tu herida cara de pantera negra echaste a correr donde creías que tenías que estar. Volaste.

Así que mirándome al espejo con los ojos entrecerrados para no ver mis pequeños ojos hinchados, he colocado mis suaves plumas rosas de flamenco en su sitio (antes de ayer hacia demasiado viento cuando te seguía y están desde entonces desordenadas). El colorete hoy no podía faltar. Escojo ese que tiene purpurina. Mi espíritu de ave zancuda está agrietada pero nadie se va a fijar cuando vean lo bien delineada que está mi mirada y el peso de mis pestañas...

Y una vez en el zaguán he visto la luna llena de enero a las doce del medio día del mes de agosto, un agosto por cierto ansioso que echa de menos el otoño. Hoy también hablé con él, todo vestido de gris, melancólico. Pobre agosto. Me dijo que estaba preciosa.

Tú tampoco eras capaz de ver mi tristeza camuflada de belleza, estabas siempre demasiado ocupado en yo qué se qué cosas. Dios, como desearía ser un ave fénix para consumirme en cenizas y renacer. Quiero que sepan ustedes que caería una y otra vez en los mismos errores de mi vida antepasada, de la misma forma, con la misma intensidad. Caería igual.

Ya tengo que dejar de escribir. Porque voy a bailar. Voy a despegar mis alas y pienso volar desde aquí hasta Australia sin miedo alguno. Una vez que esté allí pienso ser cualquier otro animal, una alimaña, un gato, un orangután, qué más me da, no quiero tener alas, voy a descontrolar y a trepar por estructuras que oscilan en el borde de
precipicios asesinos.

Pero no voy a morir. Tengo amigos que rezarán por mí, por mis plumas y mis delgadas patas zancudas. Me tengo a mí y oigo latir mi corazón que me dice que te da igual lo que yo haya visto, lo que haya hecho, o haya dejado de hacer.