domingo, 11 de abril de 2010


Si, la tierra se rompió, cayeron guijarros del cielo, nos invadieron los insectos y se nos hincaron en la laringe. Nos crecieron hongos en los intestinos, fuimos amenazados por verdugos, mandaron a nuestras hijas a burdeles dominados por una humedad que se comía las paredes, paredes agujereadas por larvas fétidas.

Si, por delante tenemos kilómetros de siniestro y soledad, de tierra yerma, seca. Estéril. El sol nos acuchilla el espinazo, nos limpiamos la grasa de la cara con los dedos regados en sangre. (Recuerdo los manteles tendidos en las antenas de televisión moviéndose al compás de la brisa, las horas de siesta en el desván saboreando el aceite de los oleos derretidos en las ventanas, las sonrisas inocentes y confiadas).

Si, hemos perdido demasiado. Deberán pasar bastantes generaciones para que nuestros gatos vuelvan a ronronear, para que tu guitarra vuelva a cantar afinadamente, para que olvidemos los gritos de nuestros estómagos. Ahora está en nuestras manos, frágil, el futuro, incierto, inescrutable. Ronco. Y da miedo.

Cuando no quedaba nada, solo rastrojos que arañaban los labios y ansiedad en las papilas gustativas creímos conveniente, antes de que llegara el invierno, ir hacia donde el viento es peinado al borde de los acantilados y llorar allí los muertos arropados en cal. Prohibí en señal de luto volver a nombrar el Sur en tres años consecutivos.

Y bailando cariocas de fuego en los acantilados anunciamos a los buques de Normandía que ansiábamos migajas de pan, que requeríamos asistencia médica para los mutilados, que necesitábamos ponernos en contacto con los exiliados para anunciarles que su vuelta ya era factible.


(Me confundí entre el griterío de manos reclamantes y escondida entre las rocas del espigón cosí mis propias heridas. Tras cinco años y una guerra civil de por medio, comprendí que no íbamos a olvidarnos de aquello que a ti y a mí nos quitaron de las manos injustamente. Llegarían guerras mundiales, desastres nucleares y atentados suicidas, pero en la distancia tú y yo seguiríamos maldiciendo la forma en la que el destino se cebó de nosotros).

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